Días de cuentalahistoria

jueves, 24 de febrero de 2011

CORLÁRIDA ( Capitulo 2 - Kimura ) - Gabriel Guerrero Gómez




Capítulo II
Kimura




“Tendemos a trivializar el horror transformándolo en formas abstractas con nuestro pensamiento, hasta que nos topamos de bruces contra él”.

                                                                      Conde Alexander Von Hassler.
                      (Realidades cotidianas, cercanas y lejanas)



Hacía mucho que estaba derrotado. Durante un tiempo, en vano, había intentado resistirse, pero aquel despojo humano en el que se había convertido Stephan Seberg distaba mucho del bravo guerrero que fue secuestrado por Itsake y un selecto grupo de Walkirias en la estación central de Andriapolis-Alpha.
Sus primeros intentos por hacerse fuerte frente al psicófago que le torturaba, iban desapareciendo a medida que la idea de haber perdido a su hija, Sarah, hacía mella en su destrozado ánimo. La certeza del que el Conde había conseguido invadir Sillmarem y el no conocer lo acontecido después, abrió las puertas de su imaginación a las peores pesadillas.
Durante el día pensaba en su hija, su nieto y en que no podría verlos nunca más, seguramente habrían muerto. Las noches las dedicaba a recordar los rostros impasibles de Atsany y Onistaye, enfrascados en aquellas diabólicas cápsulas en las que el Conde les había encerrado tras fallar en el atentado planeado contra él por Stephan. El psicófago se nutría de su dolor y hacía mucho que el alimento era abundante.
          Stephan esperaba con ansia la muerte. Quería encontrar la paz perdida y descansar para siempre. Ya no le quedaba nada por lo que luchar. Por desgracia para él, dejarle morir era un acto de bondad en aquellas circunstancias y el Conde no era conocido por su benevolencia. Le juró que sufriría lo indecible y lo estaba cumpliendo a rajatabla.
          De vez en cuando retiraban al psicófago para alimentarle a la fuerza obligándole a recuperar las fuerzas y que así su agonía se alargara al máximo, pero él, como buen Rebelis, había encontrado una forma de salirse con la suya.
          En la siguiente ocasión en que vinieran a quitarle de encima la aberración que le torturaba, tenía pensado gastar el resto de sus renqueantes fuerzas para provocar a la Walkiria de turno y que así esta acabara con su vida de una vez por todas. El odio que se profesaban mutuamente le facilitaría mucho la tarea.
Stephan no oyó la puerta al abrirse, ni la orden que solían gritarle sus centinelas para que el psicófago se apartara. Solo notó un ligero empujón y aquel ser cayó como un peso muerto. Pudo verlo tirado en el suelo, no sabía si muerto o inconsciente, poco le importaba. Tal vez lo he sobrealimentado. Esa idea le hizo sonreír o, al menos, realizar una mueca parecida a una sonrisa. Ya no le quedaban fuerzas y ese momento era tan bueno como cualquier otro para que su vida terminara.
— ¡Zorra!  —trató de decir Stephan. Su garganta estaba muy dolorida—. Maldita Walkiria, dime, ¿qué has hecho para que te degraden a niñera de Shindays? Porque eso es lo que eres, mi criada. Una esclava para traerme la comida.
—Callaos.
— ¿Callarme? ¿Por qué? No puedes hacerme nada y lo sabes. Sólo estás aquí para servirme —insistió el líder Rebelis.
 —Callaos, os lo ruego —dijo la suave voz de Kimura intentando sonar autoritaria—. Nos van a oír.
No es una Walkiria, pensó Stephan desconcertado.
— ¿Quién sois?
—Eso poco importa. He venido a ayudaros y es importante que bajéis la voz. Si me encuentran aquí, moriremos los dos.
—Yo ya estoy muerto. ¿Es esta una nueva estratagema del Conde? —dijo Stephan indiferente.
—Mi Señor no sabe nada de esto. Si lo supiera, la muerte no sería castigo suficiente por mi traición.
Traición… ¿al Conde?
— ¿Qué queréis de mí?
—Quiero ofreceros la libertad, Señor. Por favor, recapacitad, no tengo mucho tiempo.
Antes de que se diera cuenta un hilo de esperanza surgió en su interior. Libertad era una palabra con la que ya no se permitía ni siquiera soñar.
—Entonces decidme quién sois —insistió Stephan.
—Una amiga.
Stephan trató de centrar su mente en un único pensamiento: fugarse. Debía aprovechar la oportunidad. Kimura se alejó por un instante y con perspicaz instinto pareció adivinar sus pensamientos, observándole con mucha atención.
—Si me matáis, acabareis con la única posibilidad real de salir de estas sucias paredes. Vuestras horas están contadas, vos lo sabéis, yo lo sé, la cuestión es… —Kimura hizo una pausa observando cómo Stephan la escuchaba con interés— si queréis seguir viviendo y qué precio pagaríais por ello. Soy vuestra única salida.
Stephan inclinó la barbilla, sopesando los pros y contras. Podía ser una trampa urdida por el Conde pero, ¿para qué? ¿Para usar neurohipnosis con él para asesinar a Valdyn? ¿Le implantaría un localizador para situar los refugios Rebelis y de los Delphinasills? ¿Una trampa? ¿Otra forma de tortura? Tenía que decidirse, tenía muy poco tiempo.
— ¿Qué ganáis vos con todo esto?
—Mi beneficio es cosa mía. Solo os diré el precio: una vida, una vida a cambio de vuestra libertad —ofreció Kimura sonriendo en la oscuridad.
—Lo lamento, no soy un asesino a sueldo, Señora —cortó Stephan dando por concluida la conversación muy a su pesar. No terminaba de creer lo que le estaba pasando.
— ¡Oh! por favor, dejadme terminar. Podría incluir la libertad de vuestros guerreros Shindays encerrados en crisálidas por mi Señor —dejó caer Kimura observándole con especial intensidad esta vez, devorando con la mirada cada gesto de Stephan.
— ¡Atsany y Onistaye! ¿Todavía viven?
Stephan se obligó a reprimirse. Aquel había sido un acto de debilidad y lo sabía.
—Viven en un estado de hibernación—inducida, pero conscientes.
Una llama de esperanza se abrió camino en el interior de Stephan.
—Y, ¿cómo?
—Yo misma os conduciré hasta un transporte que os permita salir de Ekatón, pero a cambio… —Kimura dejó las implicaciones en el aire.
— ¿Quién os asegura que cumpliré lo pactado? —susurró Stephan valorando con seriedad la viabilidad de la oferta.
—Vuestra integridad y también vuestro propio beneficio. Insisto, la libertad y la de los vuestros por una vida.
—Hablad pues, ¿quién puede ser tan temido?
—Os brindaré la libertad a cambio de la vida de una Homofel, aquella que ha asesinado a vuestros camaradas ante vuestros ojos. Su nombre es Itsake. Quiero su vida a cambio de vuestra libertad. Decidid, no nos queda mucho tiempo —avisó Kimura apremiándole con su tono de voz.
—Esa endiablada criatura… ¿la Homofel del Conde?  —Preguntó Stephan, incrédulo.
—La misma.
—No será tarea fácil.
—Nada que un Shinday como vos no podáis superar.
—Podría retractarme de la palabra dada.
—Correré el riesgo… —siseó Kimura con la muerte reflejada en los ojos.
—Ya lo estáis corriendo, quien quiera que seáis.
—No es necesario que os recuerde el mal que os ha causado. Si falláis, dejareis escapar a aquella que a tantos de los vuestros ha asesinado de la forma más cruel. Vuestra es la decisión, ¿aceptáis el precio?
—El Conde es mi enemigo. Si salgo de aquí, le mataré. Sois consciente, ¿verdad?
—Eso no me preocupa porque sé que aunque lo intentéis, no conseguiréis acabar con él. Ya no —aseguró Kimura—. ¿Veis por qué confío en vuestra integridad? Cualquier otro no me habría advertido. Estoy convencida de que cumpliréis vuestra palabra si decidís dármela.
¿Ya no puedo acabar con él…? ¡El elixir! Lo ha tomado, pensó angustiado. Sabía que no tenía alternativa. Ahora, más que nunca, debía sobrevivir para intentar acabar con el Conde.
—Acepto.
—Bien. Antes de una hora encontrareis la puerta abierta, seguid las instrucciones de este neurodisco. Tomadlo. No os desviéis de la ruta a seguir. Yo os aguardaré en la nave con las crisálidas de vuestros camaradas. Después partiréis hacia los Sistemas Fronterizos solos, pero no lo olvidéis, si os desviáis de las instrucciones prefijadas en el neurodisco, sin respetar los tiempos de ejecución de las instrucciones, nada podré hacer por vos, ¿entendido?
La femenina voz en la oscuridad se tornó implacable. Stephan asintió en silencio, sintiendo con la yema de su dedo índice el sólido contacto del neurodisco acoplado en su sien. Por un momento, tras sentir el furtivo deslizarse de aquella mujer al abandonar su celda, pensó que aquello bien podía ser una mera ilusión provocada por los días de tortura y cautiverio en las celdas del Conde. Aun así, la forma redondeada de aquel aparato le hizo sentir la realidad al desplegar las imágenes y transmitirlas a través de su nervio óptico.
—Recordad, vuestra libertad a cambio de una vida, cumplid lo convenido por vuestro propio bien —se despidió Kimura con el mismo sigilo con el que había llegado.
La creciente sensación de libertad provocó que un extraño y lejano vigor retornase a sus miembros. Se obligó a reposar y recuperar fuerzas. Sabía que las iba a necesitar.
Kimura se guió gracias a su implante de memoria por los complejos corredores y pasadizos en lo profundo de los niveles internos del palacio de Thanos, sembrados de dispositivos trampa para quien pretendiese infiltrarse o escapar de aquel oscuro y tétrico lugar. No en vano, había tenido acceso a la intimidad del Conde durante muchos años, lo cual le había otorgado ciertos privilegios que se proponía usar muy bien. Sus piernas sortearon un bulto de ropas ensangrentadas. Matar al psicófago había sido más fácil de lo esperado para ella. Los esbirros de su señor la subestimaban e incluso la despreciaban. Tanto mejor para ella, le facilitaba las cosas para lograr sus propósitos. No obstante, las dolorosas palabras del Conde le quemaban en lo más profundo de su alma. Su última conversación con él y su intento de aproximación habían sido devastadoras para Kimura. Itsake sería la que permanecería a su lado en el trono. <<Solo has sido, eres y serás una esclava, ni eso siquiera, un capricho pasajero, un molesto recuerdo del pasado, ¡nada más! Apártate de mi vista>>.
Las palabras del Conde martilleaban en su cabeza, dándole fuerzas para ayudarla en aquella misión suicida que pretendía liberar al peor enemigo de aquel a quien amaba. En su fuero interno, Kimura juró vengarse de aquella endemoniada Homofel, una vez más. 

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