Capítulo V
Amnevalie
“Una sociedad no puede evolucionar civilizadamente anteponiendo lo material a la psique y al espíritu”.
Dhalsem Tagore.
(El valor de lo humano)
Tanto Salek como Nika y Dhalsem permanecieron durante unos segundos consternados y presas del más profundo abatimiento.
—No obstante, maestro Salek, si queréis contactar conmigo en otra ocasión, alzad vuestra mano —invitó la reina.
La palma de su diestra resplandeció, grabando con un fino hilo luminoso un signo sobre el blanquecino dorso de la mano de Salek.
—Mi Dama, ¿cómo poder expresar mi gratitud para con vos? Debemos partir sin más tardanza para, al menos, estar junto a los nuestros en sus momentos finales.
Las palabras, aunque impregnadas de una profunda melancolía, fueron dichas con tal sencillez por Salek, que la reina no pudo por menos que asentir, con cierta admiración, ante la entereza de aquel humano.
—En mi pueblo, siempre nos despedimos con un amnevalie. Significa hasta pronto, ya sea en esta vida o en la otra.
—Comprendo —susurró Salek irguiéndose con pesadez.
—Mi Dama, ¿podría solicitaros una venia? —solicitó Dhalsem para sorpresa de los allí reunidos.
—Hablad —ofreció con gentileza la reina.
—Vuestro nombre, me gustaría saber vuestro nombre.
—Mi nombre es Unumguel. En vuestra lengua significa luz solitaria.
—Es un nombre hermoso. Gracias por tanta generosidad. Amnevalie, mi Dama.
—Amnevalie, maestro Tagore. Mis guerreros os escoltarán hasta vuestro transporte.
El trío de huéspedes se inclinó y abandonó aquel enigmático lugar, dejándose conducir presos de una profunda melancolía, por sus guías Corláridas.
No bien hubieron desaparecido, Unumguel se retiró al interior de sus aposentos presa de una honda preocupación.
Con parecido estado de ánimo, como si un invisible lazo los conectase, Salek avanzaba junto a sus compañeros de viaje, observando con detenimiento el símbolo dibujado en el dorso de su mano. La reina había sido precisa al respecto:
—Tan solo deberéis desear con fuerza contactar con nosotros y la señal partirá de vuestra mano —le había dicho antes de partir.
Las profundas pupilas de Salek siguieron con insistente fijeza la sutil forma de aquel dibujo, representación sensorial perceptible de una realidad, la realidad Corlárida. En él se podía apreciar el inconfundible signo ovalado de una gema–mente, depositaria de las experiencias, ideas y sentimientos de las generaciones antepasadas. Estaba circundada por el azulado sol de su mundo natal que, a su vez, se hallaba enmarcado entre tres círculos alargados en su parte superior, representando los tres equilibrios fundamentales en la vida: el equilibrio de la mente, el del cuerpo y el del espíritu. Juntos formaban el gran equilibrio original, imprescindible para alcanzar la plena realización interior y, como consecuencia, la felicidad y armonía con el universo–realidad en el que se hallaban sumergidos cotidianamente.
A Salek le sorprendió el haber comprendido el significado de aquel dibujo dentro de la cultura Corlárida. Era como si este le hablara en un silencioso e invisible lenguaje sin palabras.
—La realidad siempre se halla un paso más allá de nuestro conocimiento actual, siempre hay algo nuevo por aprender… —susurró para sí, cabizbajo, mientras a su lado Nika y Dhalsem divisaban una amplia entrada de montaña. Debía ser un atajo.
Pronto observaron una vasta cortina de estalactitas de hielo talladas con extrañas y originales formas. Una deslumbrante belleza natural realzada por los focos de luz que irradiaban las lamnas de los guías Corláridas. Un aura de parpadeantes destellos acarició sus ojos, junto al parpadeo de gotas de agua que se deslizaban de las yemas de las estalactitas, serenamente, cual lágrimas de pétrea melancolía, emitiendo un nítido tintineo al caer en cuencos de calcita en un lago subterráneo de cálidas aguas. A su alrededor pudieron percibir diminutos insectos y animales cavernícolas que por su larga permanencia en la espesura habían perdido sus órganos de vista y alas, siendo suplidas por el desarrollo de sus órganos táctiles. Otros, por el contrario, emanaban su propia luz.
—Seres luminosos, como las luciérnagas y las criaturas abisales del mar —susurró un asombrado Salek.
Se movían sensiblemente, al menor ruido que perturbara la calma en la que se hallaban envueltos habitualmente. La luz que realzaba la belleza de sus formas desapareció cuando, tras cruzar varias salas y corredores, desembocaron en un camino que los conducía directamente a su transporte.
Nika vio cómo uno de sus guías, con el extremo inferior de su lanza, materializaba su arma con exactitud, mostrando no solo hasta sus manchas de polvo, sino la misma temperatura con que Nika la había dejado la última vez que la había empuñado. Los Corláridas le invitaron a tomar su arma con cortesía y, con un último gesto, se despidieron en silencio.
El trío de visitantes inició la bajada sumergido en profundas reflexiones, sin saber qué iba a ser de ellos ahora que su única esperanza había desaparecido incluso antes de poder alcanzarla.
— ¿Qué vamos a hacer ahora? No podemos volver con las manos vacías —preguntó Dhalsem con amargura.
—Volveremos y lucharemos con los nuestros hasta el final —respondió Salek—. Lo mejor será volver a Sillmarem cuanto antes.
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